FC Martinenc 1-2 UE Sants (J.15)

Data: 12/11/2018

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FC Martinenc 1-2 UE Sants (J.15)

noviembre 12, 2018

Viajar está sobrevalorado. Descubrir rincones del mundo, conocer nuevos paradigmas, o traducir expresiones puede ser de gran provecho -a modo de vivencia- para el visitante. Sin embargo, uno vive su periplo con una sofocante intensidad, factor que suele dificultar la prolongación del ímpetu viajero, así como de la estancia en cuestión, pues quién visita vive en un constante alambre al tener que entender en todo momento los códigos que rigen sociedades desconocidas. Que como en casa, en ningún sitio, vamos.

El Sants llevaba 7 jornadas viajando -sin rumbo, además- por parajes tan hostiles como extraños. Durante dicha travesía por el desierto, los de Tito Lossio se vieron desorientados en más de una ocasión, y faltos de cobijo en más de dos. Las caídas en suelo ajeno adquirían forma de aprendizaje, se decía, pero en realidad la única verdad patente en la vorágine de sensaciones vivida por el conjunto santsenc era la necesaria vuelta a casa. Plantilla, cuerpo técnico, e hinchas, todos arropándose en el que consideraban el último tramo antes de despertar de la pesadilla. Por cierto, hablamos de fútbol, deporte en el que nada abriga (o desnuda) más que el resultado.

En el Municipal del Guinardó esperaba el Martinenc, viajero en una situación calcada a la del Sants. El equipo local llegaba al encuentro estrenando entrenador, como si esa fuera la excusa, o la alteración en el guión que necesitaban para cambiar el rumbo. Colista y antepenúltimo empezaban una pugna en la que muchos de sus miedos saldrían a la luz. El Sants empezó tomando las riendas del encuentro, a lo que el Martinenc respondió con intensidad. Ambos temían que el paso de los minutos se tradujera en una paulatina pérdida de la confianza.

El Sants buscaba flaquezas en el oponente sin estar ni siquiera seguro de sus facultades, puestas en duda por los acontecimientos recientes. El Martinenc luchaba por evitar el disgusto, ansiando encontrar estímulos en la simple manutención del empate. Al partido, que estaba destinado a ser relevante para ambas escuadras, parecía darle pánico coger trascendencia, pues prefería ser un capítulo de voces bajas y rostros amargos. La imprecisión se contagiaba de zamarra en zamarra cual varicela en una clase de primaria.

Nadie osaba romper con el miedo, dictatorial en su aparición, cuando Mario Cantí se preguntó si rematar de chilena un saque de banda tendría impacto en el resultado. Sirvió en largo Fabre, el balón bajó con nieve, y en el vértice del área chica, Mario se inventó un remate de espaldas poco ortodoxo que batió al meta local, rompiendo con una sequía otoñal que duraba más de seiscientos minutos. Celebrar un gol puede entrar en la cotidianidad de cualquier ciudadano. Sin embargo, reencontrarse con ese sentimiento tras un tiempo sin hacerlo es un placer reservado para los más pacientes, aquellos que comparten mesa con la fe partido tras partido. Mario demostró en la celebración -señaló el escudo- lo lejos que está el Sants de estar muerto.

El Sants había hecho lo más complejo, más aún en Tercera, avanzarse en el electrónico. Quedaba más de una hora de encuentro para defender con uñas y dientes el gol de ventaja. Mejoró el Sants, también lo hizo el Martinenc. El partido aceptó por fin la importancia de su rol y en el Guinardó se empezó a ver un completo repertorio de buenas intenciones.

Pasada la media hora, Yamandú volaba muy alto para negar el gol al Martinenc tras un meritorio lanzamiento de falta. En la siguiente acción, un saque de esquina, el agarrón de Guille a un rival fue observado de cerca por el árbitro, que no dudó en señalar la pena máxima. La decisión, aunque discutida, pareció acertada. Roland Garros, sí, un chico que se iba a apellidar Garros, y que por eso recibió el nombre de Roland, anotó con cierta parsimonia el 1-1. Vuelta al principio, a los orígenes, a las ventajas y desventajas que se daban la mano para huir del escenario. Aparecía la igualdad. Se llegó al descanso sin más que dominios repartidos y una tensión lineal que estaba lejos de ser la protagonista del envite.

La media parte transformó en vampiros a gran parte de los aficionados presentes, que acudían con prisas a cualquier atisbo de sombra preguntando por brisas que resfriaran sus ardientes cogotes, calentados en el primer acto por un vehemente sol.

Se reanudó el choque con un Martinenc correoso, los locales parecían mover ficha acercándose a la línea de gol. Contrastaba su rendimiento con la pájara inicial del Sants, que tardó diez minutos en salir del vestuario en su totalidad. Rebasada la hora de partido, Tito Lossio dio entrada a Fran Avilés, que 'redebutó' tras ser repescado de urgencia. Llegó el mejor momento "Santsenc", ese que acontece durante la segunda parte y que contiene tramos de buen fútbol y ocasiones a partes iguales. Aunque la efectividad había brillado por su ausencia en las fechas previas, el domingo el Sants estaba decidido a materializar ese buen rato tan esperado.

El Martinenc había entregado el esférico al Sants, que avisó gracias a un cabezazo de Navarro. Minutos después, Gaudioso recuperaba el balón -uno de tantos- y encontraba al "Sheriff", que se zafó del central con facilidad para encarar al meta. El chut no fue preciso, chocó con el cuerpo de Juan Manuel Beas, pero su rechace fue de nuevo a Navarro, que remató impetuosamente con la testa para marcar el 1-2. El Sants volvía a desigualar la contienda, poniendo el partido cuesta abajo con veinte minutos por jugar.

Los minutos finales, fatídicos por costumbre en el seno "Santsenc", se acercaban de manera cauta, andando con parsimonia, a sabiendas de que iban a llegar a tiempo. El pánico merodeaba los subconscientes visitantes mientras la conciencia de estos pretendía acabar con esa rencilla de pensamiento que tanto les devastaba. Juli intentó romper con la etiqueta, pero naufragó en su cometido mandando el balón fuera por poco.

El desastre quiso jugar entonces al escondite con los jugadores del Sants. Avisó que ya había contado hasta diez y hurgó por las diferentes habitaciones en su búsqueda. Acostumbrado a encontrarlos con facilidad, no puso excesivas ganas en la tarea, cosa que permitió a los blanquiverdes salir con vida del juego. Aunque no los pillara, estuvo muy cerca, pues el Martinenc faltó a su cita con el gol en dos ocasiones a balón parado en el añadido.

Sonó el pitido final, y rápidamente el panorama futbolístico -11 contra 11- quedó desdibujado para conformar dos emociones, una vestida de rojo, la otra blanquiverde. Los locales seguían viajando sin rumbo, desesperados por encontrar la estabilidad, cabizbajos. Los visitantes, por su parte, por fin volvían a casa, abrazaban el calor, y respiraban júbilo tras demasiado tiempo conversando con la incertidumbre. El Sants, que jamás en esta racha ha perdido la fe, así como tampoco la unión entre plantilla e hinchas, vio la luz al final del túnel el domingo pasado, día que puede significar un cambio de tendencia en la temporada. O no. Sea como sea, las intenciones están ahí.